NOBLEZA BATURRA (Florián Rey, 1935)
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Si me preguntasen
quien fue el mejor (y es) director de cine español de la historia, afirmaría
sin ambages que Luís Buñuel. Si me
preguntaran quien ha sido hasta la fecha el director, específicamente, más técnico,
tendría más dudas pero la cosa estaría entre Manuel Mur Oti , Julio Medem o Florián Rey. Con está definición no
deseo formar parte de cierta opinión crítica que delimita a Buñuel como genio artístico dotado de mediocre
técnica cinematográfica; para nada, creo que Buñuel es un gran técnico, excepcional
diría, lo demostró en Filmófono cuando no firmaba las películas por vergüenza torera
y lo volvió a confirmar en los primeros suicidios mexicanos intrascendentes, hasta que se fijaron en
él con Los Olvidados (tampoco considera la crítica a Rohmer un director técnico, para mí el sumun en organización espacial). Si bien los tres anteriormente citados me
resultan más virtuosos con la cámara, se me quedan en eso; en virtuosos (a excepción de la primera
etapa fílmica de Medem, un verdadero artista). Lo cual está muy
bien, pero yo busco siempre cierto sello personal, sea o no genial. Para mí
este es el único defecto que veo en Florián Rey, pero para muchos esta limitación no es un
defecto sino una virtud narrativa; el buen narrador de historias que sabe
desaparecer tras ellas, el artesano, en este caso Florián Rey sería un artesano
excepcional, único en su género, un William
Wyler español y estoy seguro que hubiera hecho el mismo buen trabajo con
la mega dinos(áurica) Ben Hur (excelente film). Estéticamente Rey arrasa a
cualquier director español de hoy que gasta millones en historias alambicadas, pero no
huelo ni siento el aura de Buñuel, Borau, Berlanga ni la personalidad del mejor
Almodóvar en Rey, más bien atisbo un virtuoso forjado en hierro cuyo molde hubiera encajado con perfección inaudita en la fábrica de sueños de Hollywood y seguro hubiera triunfado con Clark Gable o Joan Crawford, pero en España tuvo a Imperio
Argentina, que no está nada mal, ni como esposa ni como actriz, el mayor mito
del cine hispano y si como actriz era muy buena, como estrella fue mejor.
Tres versiones
cinemáticas defienden la obra teatral de Joaquín
Dicenta en la que se basa Nobleza
Baturra; la primera rodada en las postrimerías del cine mudo, 1925, de la
cual no sé nada y creo que ni se conserva íntegra; la versión de Rey en 1935 (último
año de la República) y la de Juan de Orduña rodada en color en 1965 (esperamos
una cuarta versión en algún año terminado en cinco). Resulta curioso el caso de
Orduña, pues en la versión que ocupa este blog, la de 1935, formó parte del
reparto como actor principal y después, en la de 1965, se pasó al puesto de director.
La diferencia se presenta a mis ojos demoledora; aún siendo la versión de
Orduña digna, no es más que una sombra pálida, por mucho color que le pongan, de
una joya en blanco y negro rodada por Rey con una planificación tanto al servicio de
la historia como al de Imperio Argentina, cristalizándose una sólida simbiosis fílmica
que aún me deja ojiplático.
Y es que no es fácil montar un film que sea
vehículo de estrella y a la vez funcione de mil maravillas como historia
articulada. Sólo un crack es capaz de tal gesta y este es el maño Florián Rey,
el rompetaquillas más elegante que el cine español ha dado. Y triunfaba en el
extranjero, que se lo digan a Adolph Hitler que vio Nobleza Baturra hasta ocho
veces quedando enamorado de Imperio Argentina e invitándola a rodar en Alemania
cuando las cosas pintaban jodidas por la siempre inextricable piel de toro.
Florián Rey con gorra de director, por si acaso.
Hay que decir que
lo baturro siempre ha tirado mucho y en tierras, a priori, tan reticentes al
folclorismo español como Cataluña. A los hechos me remito; una película llamada Cuentos Baturros de
producción catalana a las órdenes de Ceret, causó estragos en la tierra de
Salvador Dalí; les pirraba ver la tozudez y llana brutalidad baturra barnizada por ese humor entre negro y descabellado. No fue el primero, el
propio aragonés Segundo de Chomon,
rival del francés Georges Melies en
los inicios del cine mudo, se ocupó del tema en su Nobleza Aragonesa o Lucha Fratricida. Pero el culmen no llegará hasta que la hábil
mirada de Florián Rey otee desde Cifesa.
La primera escena,
con Imperio Argentina trillando la mies, es una obra maestra en si misma de la
puesta de escena orquestada por un exacto montaje. Los complejos movimientos de cámara
circulares con la protagonista sobre la trilladora y los insertos hábilmente introducidos
forman un sólido y a la vez grácil huracán de imágenes que pueden dejar en un juego pueril la versión posterior. Puede ser que la
historia trate de paletos, de gente sencilla del campo, pero está narrada con
guante blanco y perfumado.
Imperio Argentina nunca ha estado más exultante y
mágica y en este registro no la veremos hasta una tardía reaparición en la obra
maestra de Jose Luis Borau, la inolvidable y nostálgica Tata Mía. En los dos casos interpreta a una
aragonesa y el acento le queda de maravilla. Florián Rey, sin embargo, no parece
muy empeñado en guardar el racord de luz entre escenas de una misma secuencia; cuando el tio de Imperio va a visitar al legendario villano
Manuel Luna a la taberna pareciera de noche, pero al volver es de día y no han pasado ni
unos minutos en la escena intercalada entre Ligero y su chica a pleno sol del
mediodía. No es una elipsis. Rey busca una estética más que una realidad, en eso me recuerda a
Ridley Scott en su maravilloso desembarco en América en 1492, donde se pasa por
las pelotas todo racord de luz creando un maravilloso ritmo de imágenes y colores a gusto de un pintor.
Hay algo que prefiero de la versión de
Orduña y es la elección de Alfredo Landa como parte cómica del film, mientras
que en la versión de Florián Rey este registro es interpretado por Miguel
Ligero, cómico legendario de aquella época, pero Landa es mucho Landa incluso en sus orígenes secundarios y es uno de mis iconos y ya por
qué no decirlo, también prefiero en la versión de Orduña el protagonismo de
Vicente Parra que al del propio Orduña en el film de Rey. Todos mis perdones
para los fans de Orduña, quien me merece todo el respeto de un digno y buen profesional.
Yo soy fan de Manuel Luna, el villano de los años treinta y cuarenta del cine
español. En aquella época Luna se multiplicaba como setas para aparecer en
todos los films importantes hasta el punto de que hay gente a quien le puede cansar
su virtud en el arte de la bilocación; yo no, para mí es siempre una razón para
visionar una película si aparece Luna y no pocas veces, siendo lo único
memorable de algunas de aquellas obras hoy olvidadas.
También soy fan de Alfredo Mayo y juntos tuvieron un magnífico encuentro en Malvaloca, film pequeño y nostálgico, con
Amparito Rivelles y que para mí ha
ganado con el tiempo y del cual intentaré ocuparme más adelante. En Nobleza
Baturra, las escenas de Luna con Imperio Argentina hacen saltar chispas, una pena que sean escasos encuentros durante el film. Luna es el
George Raft español, posee una mirada turbia y aterciopelada; vaga e intensa a
la vez, con la chulería indolente de un Robert Mitchum y la nocturnidad suave y
tensa, inquietante y seductora de Raft.
Manuel Luna de turbia mirada.
Manuel Luna de turbia mirada.
Sólo James Cagney irradia
una energía comparable (quizás Landa cuando se enfada) a la de Imperio
Argentina, una actriz que pareciera encocada como las actrices del cine mudo. Prodigiosa
fuerza, que nace de una combinación entre técnica depurada y gracejo natural (como
cantante era tan límpida que pareciera iba a romperse como el cristal cada vez
que vibraba su musculada y entonada voz). Le queda bien el traje de baturra y la jota se
adapta a su cante. Domina la cámara como le da la gana, sabe mirar a lo Dietrich con drama romántico y cambiar a un tono de screwball sin pestañear. Su sonrisa ilumina la escena mejor que cualquier foco, ningún blanqueador dental actual puede igualar esa sonrisa. Es la mayor estrella de habla hispana de la historia, sin duda, aunque como actriz sigo considerando a Emma Suárez superior, un monstruo interpretativo inalcanzable, la única actriz que destella esa magia. Las dos coincidirían en Tata Mía en 1986.
Juan de Orduña e Imperio Argentina
La fotografía es
contrastada en cuestión de escenas; algunas muy oscuras, otras extraordinariamente
iluminadas; no es un film suave, sino exultante y enérgico tanto en su ritmo
como en su iluminación a manos de Enrique Guerner.
La película tuvo un éxito extraordinario sin fronteras ideológicas gustando en ambos bandos que ya se decantaban afilando dagas. Cuando estalló la guerra, Florián Rey y su por entonces esposa Imperio
Argentina se marcharon a Alemania junto a otras luminarias como Estrellita
Castro. Todo la industria cinematográfica quedó aislada en el bando republicano
por una razón puramente geográfica y los que no comulgaban con el ideario
tuvieron que dejar su carrera, aunque fuera por un tiempo. No deja de resultar
irónico que el mayor hacedor de taquilla de la república fuera el muy falangista
Florián Rey, cosa que lleva a pensar en la variedad ideológica y calidad artística
de ambos bandos, por mucho que hoy en día nos intenten contar las cosas de forma
maniquea y aleccionadora.
Entiendo que puede
ser enfermedad mía, pero hay algo que me desconcierta en el film y no interesará
demasiado a los grupos de opinión ideológicos; en varias escenas del film me
parece discernir un extraterrestre; detrás de la fuente donde se rompe el cántaro
de la baturra y en la arboleda por donde caminan los amantes. Nunca he sabido
el por qué de esta sensación, quizás porque algunos de los exteriores de la película están rodados en mi
tierra; en las riberas y sotos que conozco muy bien y he recorrido mil veces. Vivo en la ciudad, pero no soy hombre de ciudad y, lamentablemente, tampoco de playa o montaña; la tierra me
hizo de río y cada mañana veo la basílica del Pilar al despertar desde mi ventana, a unos metros del río, que sin duda me inundaría el cráneo de cangrejos si se saliera de la línea verde que conduce al
soto donde los aviones viajan a la lejana América, cruzándose con algún objeto
volante no identificado que vi en aquellas noches de verano corriendo entre somnolientas ovejas. Quizás sea la mejor definición de aquel fenómeno llamado Imperio
Argentina; está aquí y está allá, en América y Europa, en la vida y en la eternidad, cristalizando su efigie brumosa en la pegajosa mantequilla del recuerdo. Todo El Sur de Víctor Erice podría ser la uña del pie de Imperio y no distinguiríamos resultado.
Imperio Argentina (Alfredo González, Óleo)
Cristián Sandre, 28-09-2019