INTRODUCCIÓN "Razones para publicar"

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Eric Rohmer

     En 1982, a la edad de cuatro años, inicié mi enfermiza relación con el cine. Aquella década no fue la cima del séptimo arte, pero su estética y hechuras (grano vibrante, color saturado) aún forman parte de mi gusto. Más tarde, en los noventa, la liturgia de ir al cine se fue consolidando como un ritual mágico y liberador para mi realidad circundante. Desde mi punto de vista, el cine de los 90's mostró una estética menos cinematográfica que el período anterior y a pesar de rodarse en película fílmica, mi querido grano ya había rebajado su presencia y a finales del decenio apenas podía percibirse.


     En aquel momento ir al cine salía barato, yo acudía los miércoles, día del espectador, cuando la rebaja se presentaba considerable. A pesar del grueso mediocre de la década, retengo cercados en mi memoria destellos de indudable dignidad, pero mi mundo cinemático ya comenzaba a anclarse en el pasado dorado de Hollywood. 

     Ir al cine es un rito, algo muy diferente de visionar un filme en Tv; se trata de un retorno a una cueva primitiva, al útero materno donde nace el odio, el amor o a la alegría, pero desde una realidad paralela; pues las sensaciones se manifiestan de manera más estética que en la vida real, observando cómodamente sin ser herido o demasiado afectado por las experiencias, al menos no de manera física. Vocación de voyeur, vocación poco honorable, pensarán no pocos, pero lícita al fin y al cabo.
    En aquel elaborado ritual trashumante todo contaba; el camino ventoso por la Zaragoza gusanera, la calefacción de la sala en invierno o el aire acondicionado en verano; la comodidad de las butacas (muchas de ellas roídas) o la disposición y tejido del telón formando un manto litúrgico. Y de repente, de esa vagina oscura y misteriosa emergía la luz iniciándose el drama; tantos maravillosos momentos... pero un día el crepitante y fresco sonido de mi infancia fue enmudeciendo, el grano mágico, base de todo film, se suavizó hasta desaparecer. La fotografía se volvió extraña e irreal con colores verdosos de quirófano; una quemada y digitalizada luz blanca borró los matices del cielo azul conocido en mi niñez. Y poco a poco, fui retirándome a la filmoteca, buscando refugio en películas poseedoras de aquella preciada y perdida factura de la que nadie habla ni parece preocuparse, alcanzando sin darme cuenta la edad adulta, sin sospechar que apenas regresaría por salas comerciales exhaustas, donde la fotografía quemada, la falta de grano y el sonido falso habían venido para quedarse junto a los guiones trillados y las fórmulas agotadas. En cuanto al cine de autor, olvídense de la pantalla, en España suele ir DIRECT TO LA 2.

Luis Buñuel
Luis Buñuel
    No digo que las historias interesantes se hayan agotado; los guiones, aunque no muchos, los hay inteligentes e incluso brillantes, pero envueltos en una factura estética lejos de mi agrado. Para mi decepción, los guiones actuales (segundo decenio del sXXI) apoyan su base en el maniqueísmo de los personajes y en una acción tan efectista como amanerada, producto para adolescentes ávidos de consumo fácil y estéril, quizás porque las nuevas generaciones versadas en cómic de superhéroes, letanías manga y videojuegos no sienten atracción o no conocen el mundo oscuro del Noir, los impresionismos de la Nouvelle Vague, la screwball comedy, el melodrama decimonónico o el surrealismo de vanguardia. Y los pocos que se lanzan a este tipo de cine, jóvenes o maduros, no encuentran apoyo ni financiación o cuando lo hallan se hunden en el pozo de la indiferencia a falta de la necesaria promoción.

    Así pues, el ritual de ir al cine murió para mí y  excepcionalmente acudo a la sala cuando algún maestro sacude su último coletazo, hallándome rodeado de escasos y respetables octogenarios, mientras el público adolescente hace filas para ver a no sé qué superhéroe y el público de mediana edad, ausente, busca otras prioridades o aficiones distintas al cine. Es una guerra perdida, lo sé y lo acepto (lo acepto como espectador, como cineasta ni en sueños). Y por esa razón no escribiré sobre el cine que detesto o no me interesa, sólo lo haré sobre el que amo. Desde el cine clásico de Raoul Walsh o Howard Hawks al cine de culto cutre-entrañable (de efectos no digitales). Recordaré a la Nouvelle Vague francesa con el maestro Eric Rohmer a la cabeza o el surrealismo de Luis Buñuel. La TV rodada en formato de cine (años 70 y 80 de RTVE) me resulta fascinante.
                                                                     
     Soy un antiguo y no siento ninguna vergüenza al confesarlo. Este blog no es una página de crítica de cine, para esa labor hay profesionales especializados. Esta bitácora reúne mis recuerdos cinematográficos enlazados con la vida cotidiana y, principalmente, trata de transmitir mi pasión.

Cristián Sandre


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