LE BEAU MARIAGE (Eric Rohmer, 1982) {LA BUENA BODA}

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FICHA TÉCNICA
Guión y Dirección; Eric Rohmer,    Productor; Margaret Ménégoz
Fotografía; Bernard Lutic   Música; Ronan Girre, Simon des Innocents
País; Francia   Duración; 97 min

REPARTO
Sabine; Béatrice Romand
Edmond; André Dussolier
Clarisse; Arielle Dombasle
Simon; Feodor Atkine


SINOPSIS

     Sabine (Béatrice Romand) estudia historia del arte. Tras romper con su amante Simon, un pintor casado y con hijos, decide casarse sin todavía tener un pretendiente serio porque según ella lo importante es tomar la decisión y después salir a buscar el marido. Clarisse (Arielle Dombasle), una amiga artesana de Sabine residente en Lemans, le presenta a su primo Edmond (André Dussolier), abogado sin compromiso sentimental. Sabine queda prendada de Edmond y lo convierte, sin relación previa, en su candidato para casarse. Edmond se siente atraído por Sabine, pero empieza a adivinar las serias pretensiones de ella y asustado se refugia en su trabajo de Paris. Sabine continuará su lucha por atraparlo.


                                                          Eric Rohmer


LA IMPETUOSIDAD TRAS EL JARDÍN OTOÑAL

     Le Beau Mariage / La Buena Boda, segundo capítulo del ciclo Comedias y Proverbios, se localiza en París y en el bello casco antiguo de la ciudad de Lemans, bajo la evocadora y melancólica estación del otoño.
     La cita que abre el film es de La Fontaine y dice; “Quel esprit ne bat la campagne ? / Qui ne fait châteaux en Espagne ?” (Literalmente; “Qué alma no recorre los campos / quién no hace castillos en España” que traduciríamos más libremente por "quién no hace castillos en el aire"). Los antiguos franceses creían que construir "un castillo en España" era solamente una ilusión ingenua e imposible; un país rival, poderoso y en extremo beligerante; nosotros los españoles algo más ambiciosos e irracionales soñamos con hacerlos en el aire, pero el resultado es el mismo, pues todo acaba en pura ilusión a falta de base sólida y raíces que sujeten nuestros sueños y esperanzas.
     Sabine se nutre de sueños y esperanzas como todos, pero en vez de luchar poco a poco e ir construyendo los cimientos, prefiere invertir la forma; primero casarse en abstracto, luego buscar el pretendiente; "joven, rico y guapo". No deja que su relación con Edmond crezca y madure para luego determinar si casarse es una idea adecuada, sino una vez tomada la decisión pretende que el abogado se amolde a su descabellado plan y sufre cuando éste no da señales de vida, siempre ocupado en su despacho parisino de abogados. Sabine es algo quijotesca pero más interesada y menos altruista que el personaje de Cervantes, aunque en el fondo igual de ingenua. 

                                                         Sabine (Béatrice Romand)
    
     Rohmer elige, de entre sus actrices, a Béatrice Romand con su mirada locuela y carácter apasionado, lejos de la más retraída y distante Marie Rivière, su otra actriz fetiche. A las dos las reunirá en Conte d'Automne {Cuento de Otoño} (1998) (otra vez el otoño), convertidas en mujeres maduras pero dispuestas a entrar en un juego amoroso con un desconocido. 
    Béatrice Romand en el rol de Sabine realiza una actuación notable y a pesar del infantilismo y egoísmo del personaje, consigue conmovernos en la excelente confrontación final con Edmond en su despacho de París. 


                        La plasticidad lánguida de Rohmer aparece esporádica entre la naturalidad.

     Resulta tentador pensar que en Sabine todo es producto de una veleidad pasajera pero, al final del film, Rohmer deja claro que para ella su voluntad de casarse es férrea y simplemente se ha equivocado de hombre. Sabine, en cuanto consuma su ruptura con Edmond, encuentra a otro joven pretendiente en el tren; el mismo hombre que vimos al principio del film con un pañuelo verde. Rohmer cuestiona los caprichos de Sabine, pero deja deslizar que podrían funcionar con el segundo pretendiente del tren, con lo cual el azar vuelve a jugar un papel importante en la filmografía del cineasta francés; los pensamientos de Sabine son absurdos, pero que no dieran fruto con Edmond no significa que no puedan conseguirse con el joven del tren. Tanto vale el azar como la razón. Bajo la moralidad tajante de Rohmer, late una creencia profunda en el destino que su inteligencia trata de racionalizar bajo el signo de la casualidad o el azar, pero Rohmer es católico y profundamente creyente y las fuerzas que rigen el destino tienen cabida en sus films, aunque disfrazados de elementos racionales a gusto del intelectualismo francés.


                                           Romand junto a Arielle Dombasle (Clarisse)

     La amiga de Sabine, Clarisse, interpretada por Arielle Dombasle, es la celestina de La Buena Boda. Clarisse concede una oportunidad para Sabine presentándole a su primo Edmond, un romance a la manera convencional, pero ésta última sólo desea casarse. Clarisse advierte varias veces a Sabine que "uno no puede casarse en abstracto", de la misma manera le previene que Edmond no tiene intención de casarse y se asustará si ella muestra su propósito al inicio de la relación, son consejos que tratan de poner los pies en el suelo a su amiga. Sin embargo, también Clarisse aviva el fuego en la huida de Edmond, cuando anima a Sabine a llevar siempre la iniciativa en la relación, le asegura; "como todos los hombres de acción, Edmond es descuidado en asuntos del corazón". Tras esta recomendación, Sabine, que dudaba en ser demasiado pesada o atrevida molestando a Edmond, lo 
llama insistentemente consiguiendo lo contrario de su objetivo; alejarlo y ponerlo a la defensiva.


                                                          Las bellas y empedradas calles de Lemans

     Y aquí es donde entra André Dussollier, interpretando a Edmond, en una de las mejores interpretaciones que yo haya visto, cosa que no sólo es fruto del talento del actor sino también de la sabia dirección rohmeriana capaz de extraer de cualquier intérprete, conocido o no, algunas de las mejores actuaciones de la historia del cine. Al contrario que Béatrice Romand o Arielle Dombasle (o Marie Rivière), magníficas actrices rohmerianas que fuera de la filmografía de éste no han mantenido una calidad y repercusión artística comparable, André Dussollier en 1982 atesoraba una carrera en ascenso y la continuó con el mismo éxito y calidad fuera del universo rohmeriano. Con todo, me parece la mejor interpretación que le he visto. Dussollier, constantemente busca con la mirada el fuera de cuadro; su deseo es huir y tomar aire para respirar. Escucha escéptico y curioso, añadiendo un nota divertida de coquetería por la atención que le predica el personaje de Béatrice Romand, pero poco a poco esta pose va tornándose incómoda. El culmen de esta incomodidad (más tarde confesada por el propio Edmond) transcurre durante la fiesta de cumpleaños de Sabine, en la casa de su madre. Dussolier transmite de manera fehaciente esa incomodidad al espectador, que en seguida logra ponerse de su lado, porque nosotros como él somos extraños en la casa familiar de Sabine y podemos ser igualmente examinados por la mirada de la madre de ésta.


                         La Fiesta de Cumpleaños; un incómodo Edmond ante la madre de Sabine
     
     Precisamente, dentro de la secuencia de la fiesta de cumpleaños, la escena en el dormitorio de Sabine presenta dos momentos cruciales y distintivos entre sí. Edmond observa la habitación infantil de Sabine y comenta que le hubiera gustado guardar las cosas de su infancia, trata de ser cortés pero en el fondo examina el infantilismo de Sabine, sin embargo, también es el momento del film que siente una mayor ternura por ella. Cuando se sientan, él toma la mano de la chica; la naturalidad del plano y la actuación de los interpretes aporta un instante mágico, de esos que Rohmer defiende en el libro "Cine de Prosa vs Cine de Poesía", junto a Passolini como defensor del cine de poesía. Rohmer a través de la naturalidad deja que la poesía surja, sin buscarla premeditadamente valiéndose de poses reflexivas o planos simbólicos como Passolini. Rohmer sí defiende la poesía como aparición espontánea, al contrario de lo que muchos creen leyendo sólo el título del libro o fiándose demasiado de su puesta en escena natural y en apariencia sencilla, pero cree en el camino de la prosa. Este bello momento entre Béatrice Romand y André Dussollier pareciera que va a cambiar el transcurso del film, si no fuera porque la hermana pequeña de Sabine entra en el dormitorio interrumpiéndoles para avisarle de que se marchan algunos invitados. Edmond se levanta alertado y le dice a Sabine que se tiene que ir. Ella sólo desea regresar a ese instante de felicidad y continuarlo, pero él se niega esgrimiendo excusas para no quedarse. Edmond gracias a la interrupción, es decir al azar, ha despertado de su hechizo, del único lapso donde su espíritu flaqueó ante Sabine y pone pies en polvorosa para huir de una mujer cuya intención era presentarlo en sociedad como su prometido no voluntario. El azar nuevamente juega un papel determinante en el cine de Rohmer.


                          El momento de mayor acercamiento sentimental entre Sabine y Edmond

     Edmon durante casi toda la película esconde sus verdaderos sentimientos e intenciones tras la cortesía y la huida. Solamente en la recta final del film, en la última aparición de André Dussolier, podemos observar sus verdaderos gestos, típicos en un hombre inteligente y de acción como decía su prima Clarisse. Edmond defiende su discurso de manera jurídica y profesional; tras su palabra correcta y bien argumentada, sus sentencias son firmes, duras y aunque el tono educado pueda dejar entrever cierta hipocresía, finalmente dice lo que siente y desea. Esta vez quien escucha es Sabine mostrando disgusto contenido (estupenda Romand por la contención expresiva), mientras Dussolier, como actor, toca el cielo con un virtuosismo propio de un superdotado.


                               La mirada de Edmond (Adré Dussolier) cambia en su despacho 


LA AMBIENTACIÓN

    En el universo fílmico de Rohmer, la ambientación cobra un sentido más amplio que en otros directores; su obsesión por el tiempo en el que transcurren sus historias y la verosimilitud con que las plasma, le llevaban a interrogar al servicio de meteorología. Su cine no es un cine de estudio, sino rodado en localizaciones reales, según las normas de la Nouvelle Vague. Rohmer, antes del rodaje, podía pasar varios años visitando localizaciones y comprobando como la lluvia, el viento o el sol incidían en ellas. En el cine convencional, el encargado de localizaciones es quien busca el lugar idóneo y luego el director da el visto bueno. Eso es impensable con Rohmer y yo lo comparto.
 

     El film divide sus localizaciones en Lemans y sus afueras, París y algunos lugares bucólicos y campestres. La zona elegida en Lemans es su casco histórico con sus empedradas calles mojadas por el rocío o la lluvia otoñal. Rohmer elige las calles jalonadas por tiendas de antigüedades y artesanía. Personalmente, siento un grato placer paseando por las calles de cualquier ciudad donde se agrupa el gremio de vendedores de antigüedades, creo que allí se germina una energía especial. En Lemans, Rohmer prefiere las últimas horas de la tarde con luz tenue, observándose en el interior de las tiendas algunas lámparas encendidas con luz amarillenta. 


                                           La tienda de antigüedades donde trabaja Sabine

     Sabine trabaja en una bonita y sobrecargada tienda de antigüedades, donde el color oscuro de la madera lo inunda todo. Con esta plasticidad armónica, Rohmer potencia la sensación otoñal del film y, a la vez, profundiza en la psicología del carácter de Sabine; pues su madre la califica de antigua por su manera de pensar, propia de las mujeres del siglo XIX. 



     Es una delicia contemplar los objetos desparramados por la tienda creando un tono cromático. La jefa de Sabine viste un abrigo y un bolso del mismo color marrón que impregna su tienda. Pero Sabine viste muy diferente; los colores de su vestimenta no encajan armónicamente en el cromatismo general de la tienda y Rohmer, atento a todos estos detalles, nos sugiere y anticipa lo que luego vamos a ver; Sabine dejará su trabajo tras sufrir una reprimenda de su jefa. La tienda no es lugar para Sabine, por mucho que su carácter pertenezca al s.XIX.
El estudio de artesanía de Clarisse guarda similitudes cromáticas con la tienda donde trabaja Sabine. Es un lugar retro, vintange, rústico diría. Allí Clarisse elabora distintos objetos y lámparas con pinturas originales que luego vende. Clarisse llega a ofrecerle a Sabine un puesto para ayudarla con las lámparas. El ambiente, las calles, el estudio donde se mueve Clarisse es el mismo de Sabine y la oferta para trabajar allí es prolongar su estadía en ese ambiente cerrado, nostálgico y tradicional.




     En este film se halla una de las escenas más hermosas de la filmografía de Rohmer y por ende de la historia del cine. Transcurre en una casa de campo, en la fiesta de la boda de la familia de Clarisse (Pascal Greggory, actor rohmeriano, aparece en un pequeño papel). Clarisse presenta a su primo Edmond a Sabine y juntos salen al mirador de la casa donde el viento agita los campos otoñales. El cielo anubarrado de matices violetas, grises y un azul bellísimo contrasta con los valles verdes y la piedra rústica del emplazamiento. El viento sacude los cabellos de los actores mientras ellos apenas pueden mantenerse la mirada, presos de la atracción y curiosidad que sienten el uno por el otro. No es una postal, es un momento real, vívido, único e impresionista captado por el maestro Rohmer. 



     
     El azar interrumpe de nuevo este mágico momento cuando avisan a Edmon de que alguien le llama por teléfono. Los dos vuelven a entrar en la casa, Edmon deja la sala de estar para tomar el teléfono y Sabine se queda mirando por la ventana el idílico paisaje. Pero Edmon se retrasa y no regresa ante la impaciencia de Sabine. 



     Clarisse advirtiendo que su amiga está sola, sale a buscar a Edmond al jardín y aquí aparece el más hermoso plano de la película; rodeada de campos verdes y árboles de hojas trémulas, Clarisse busca Edmond por entre los recodos del jardín, cuya línea divisoria se pierde en las frondas del horizonte. Contempla unos niños jugando y el viento agita su falda, de repente un rayo de luz mortecino y dorado aparece inesperadamente iluminando parte de la escena, como si la última posibilidad de luz y calor se despidiesen para dejar paso a la noche; igual que la oportunidad amorosa de Sabine se desvanecerá cuando le comunican que Edmond se fue sin despedir porque le ofrecieron un coche. La escena parece sacada de un cuadro de Antoine Watteau. Poesía pura, sin forzar nada.








    
     Otra bucólica escena aparece cuando Edmond y Sabine acuden a comer a un restaurante adaptado dentro de un antiguo molino. Rohmer consigue que las escenas del interior del molino sean tan hermosas como las exteriores, para ello se vale de los contraluces creados por los ventanales.
En esta escena, el personaje de André Dussollier escucha largo tiempo a Sabine, mientras ella habla fuera de cuadro. A Rohmer le interesa más la gente escuchando que hablando, pues en su cine los personajes cuando hablan suelen mentir. Por la mirada y gestos de Dussollier podemos adivinar muchas de las sensaciones de Edmond.

                                      André Dussolier escucha en el restaurante del molino.


     Diametralmente opuestas son las localizaciones de la casa de un antiguo novio de Sabine y de las calles de París adyacentes al despacho de Edmond. En el primer caso, se trata de un conglomerado de pisos de clase media que evidencian la situación económica del ex novio de Sabine, un humilde profesor felizmente casado con su mujer. Sabine le reprocha su falta de ambición y le comenta lo bien situado que está su nuevo prometido. Su ex le reprocha a ella su "arribismo". La prosaica localización es bella a su manera porque es real y nos adentra en un apartamento de clase media baja. En el exterior del edificio Rohmer panea la cámara para que veamos lo apretado de la construcción repleta de vecinos.


                                                  El apartamento de su antiguo novio

     Cuando en el acto final del film, Sabine se desplaza hasta París para ver a Edmond observamos una calle descuidada, algo sucia y sacudida por el viento. Lejos de resultar anti estética, Rohmer consigue captar los matices de la luz otoñal sobre la calle, donde se ve un coche destartalado, un cartel descuidado y las hojas caídas. Es un momento impresionista y posee la belleza de la captación del instante, bien lejos del recurso de postal.


                                              Béatrice Romand por el París urbano



EL FINAL

     Tras la extensa exposición de Edmond sobre sus razones para no contestar a las llamadas de Sabine, nos encontramos con una escena puente donde Clarisse y Sabine analizan el fracaso de la relación. Sabine insinúa que parte de la culpa fue de Clarisse y que realmente nunca le gustó Edmond. 
     
     La siguiente y última escena cierra de manera circular el film del maestro y se sitúa en el tren que toma cotidianamente la protagonista. Allí vuelve a encontrarse con el joven de pañuelo verde con el que suele intercambiar miradas. Esta vez las miradas se mantienen más tiempo, llegando a las sonrisas abiertas, lo que sugiere que terminarán por hablar. Al joven parece atraerle la impetuosidad y atrevimiento de la mujer, quizás anunciando ser proclive a los descabellados planteamientos de Sabine, quién, como casi todos los personajes de Rohmer, no parece haber aprendido demasiado de la experiencia. 


                                               Siempre puede pasar otro tren para Sabine

    De esta forma, y sin boda aparente, concluye Le Beau Mariage (La Buena Boda). Uno de los films más hermosos y naturales del maestro, donde la poesía surge de la prosaica cotidianidad y se eleva hasta estadios de profunda filosofía.




Cristián Sandre
30/11/2018